Después de todo, el muerto, al que Anubis el chacal había embalsamado para el eterno viaje a la otra vida, llego a su destino.
Pero no lo hizo de la mano de Isis y jamás llego a ser cegado por Amón, el Dios Sol. El polvo de hueso y asfalto de embalsamar que quedo después de la descomposición de su momia, se convirtió en pigmento y después en color marrón de pintura de artista. Antes Piero de la Francesca, Botticelli, Andrea del Sarto, después Caravaggio, Tiziano, Rembrandt, Fragonard y Turner, los artistas lo utilizaron hasta que Monet, horrorizado, según la leyenda dio sepultura en su jardín de nenúfares, a los pies del puente japonés, a los tubos de marrón momia que le quedaban.
El egipcio que anhelaba la otra vida, se reencarno en pincelada de obra de arte y si tuvo la fortuna de escoltar en el lienzo al deslumbrante amarillo cadmio de Van Gogh, llegó a palpar el sol. Al final alcanzó la eternidad.



El color marrón se obtenía fundamentalmente con materiales del suelo. Ese era el caso del Marrón Van Dyck, derivado de una tierra compuesta de arcilla, óxido de hierro, mantillo y betún. El color Siena natural procedía de arcilla ferro-silícea, y el Siena quemada de tierras de Pozzuoli, en Italia. Desde el renacimiento hasta bien entrado siglo XIX era muy corriente utilizar el Marrón Momia, un pigmento formado por polvo de hueso y asfalto de embalsamar obtenidos durante la descomposición de las momias egipcias.
Ilustración: La momia de Nefer-ii-n. Akhmim Mummy Studies Consortium.

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