Cibeles deshuesada

Tenía más tirón aquel terrorismo de sastrería, cuando los jóvenes asaltaban la pasarela Cibeles haciendo collares con sogas de nudo y medio como en el árbol del ahorcado. Los bienpensantes sacaron entonces los escapularios y los ajos ante aquel caos, sin entender que el caos es un orden que aún no hemos comprendido.
La moda parecía situarse en el lugar de las ideas y los trapos traían su soflama dentro. David Delfín acumuló un agua bendita de insultos y sospechas que lo encumbraron por vía del escándalo, que en el arte o sus aledaños es una lanzadera que no falla. Pero aquello se convirtió en un espejismo. Al final la industria arrasa cuanto toca, encalma, anestesia y convierte a los presuntos enfants terribles en alfayates con mechas. Aquellas chicas suyas amortajadas con el burka se quitaron un día las túnicas severas y perdieron la urticaria subversiva de cuando se viaja en la vida en dirección contraria.
Lo de menos en los buenos desfiles de hace unos años era que la modelo fuera bien arreglada. Resultaba más interesante acentuar esa estética de las vestidas de desnudez que exhiben los maniquíes de cuello Modigliani. La moda es un desequilibrio entre lo disparatado y la perfección. Y ahora está ganando lo perfecto, lo aseado, justo lo que no suele enganchar. Están más por el refinamiento que por mostrar el colmillo de la aguja, cuando eso es lo que más gusta de los desfiles, su imposibilidad, su sueño de libertad, su fantasía. Y no este traperío uniformado y normaloide de hoy, a la venta en Zara sin necesidad de ir a Cibeles a hacer banquillo dos palmos por debajo de la pasarela.
Hasta ahora no se ha visto el escándalo. Y si la moda no tiene un fleco de provocación y altercado se queda en costura de Carrefour, pierde su fábula de piel imposible. O peor, se convierte en política textil y salen los desfiles como está sucediendo con la campaña electoral: un coñazo de promesas y unas promesas de mentira, todo deshuesado. Lo bueno de la moda es que no tiene engaño porque todo en ella es ficción.
Por eso no conviene tomársela en serio, porque entonces pierde su disparate, su falso trote de colegiala y se nota demasiado su mentira tan bien contada. El aburrimiento, dicen los que saben, ha llegado también a Cibeles. Se ha hecho norma hasta de la cruel anormalidad del hueso que antes asomaba bajo la goma de las bragas. Los modistos eran como cocodrilos que devoraban a las modelos hasta darles el volumen del perfil del agua. Aunque luego las clientas fueran gordas y chatas.
Ya ni las sufragistas salen por la tele pidiendo la abolición de las tallas. La pasarela Cibeles es un colegio de monjas. Eso explica el mundo en que vivimos, cuando lo más punk de esta temporada otoño/invierno resulta que es el cartón piedra de los mítines. Un asco.

Antonio Lucas
Foto: Alberto Cuéllar

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